Papel blanco con ladillas

(O de por qué entre Fulanita y Menganito ya no se usan diminutivos)

Fulana:
En todas las cartas que te he escrito siempre tuve una ambición literaria. Me mataba la cabeza con sinónimos y verbos para hacer de mi carta algo agradable para ti, así que le ponía moñitos de colores a lo que pensaba o sentía. De igual modo adornaba con los aspectos íntimos de mi vida, porque aún en los diarios no era capaz de escribirla tan simple como se presentaba. Entonces le añadía fantasía a las situaciones de mi cotidianidad con tal que le dieran un tono más interesante a una existencia plana y monótona. Como resultado obtuve la vida de un personaje de ficción. Hecho que asusta al pensar que todo este tiempo inventándome un nuevo Yo, me he salido de mis márgenes para llevar el personaje de las páginas del diario a la realidad. Aquel personaje bohemio, divertido, anti-romántico, despilfarrador, despreocupado, alérgico a la nostalgia, independiente, alegre y con ínfulas de intelectual, perfectamente se amolda a mis ideales pero no encajo en él, por una razón de peso, No soy yo. Es una copia barata de Javier Krahe.

Esta mañana hablé contigo. Dijiste que las diferencias se habían acrecentado entre los dos, sobretodo en el campo de salir con frecuencia a la calle y divertirse. Tienes razón. Y no debo disculparme por eso. Al fin que la calle me ha contagiado el frío del asfalto, me ha enseñado que la realidad se define por acciones y no por pensamientos, que la desconfianza es un método de supervivencia, que lo cotidiano es más poderoso que los sentimientos, y que aún, a como dé lugar, es posible reír. En resumen la ley del más abeja y varias lecciones más, que de algún modo me han infiltrado eso de que el huracán de la vida arrastra a quien no tiene los pies en el planeta.

Como me dijiste en una llamada, Hay tantas cosas que no sabes de mí, te lo regreso con el mismo peso. No he tenido voluntad de contar mis historias tal cual. Porque me encontraría el Yo de siempre, un aturdido por sus incesantes pensamientos, un tímido incitador, un amigo incondicional, un melancólico incurable, romántico, idealista y medio bruto, si vamos a las incoherencias entre el querer y el hacer. Ah, sí, y esa característica de escribir como filosofando.

Como podrás comparar con todos los textos que te he dado, Fulana, esta carta no tiene ambición literaria, no pretende cargarse de poesía o discurrir en una prosa cuidada delicadamente: estoy siendo quien verdaderamente soy para revelarte el vértigo de lo acontecido. Y como hace tiempo no tengo una amiga con quien charlar con sinceridad y comentarle todo cuanto llevo en esta habitación oscura de cuatro paredes que es mi cabeza, me decido contarte y explicarte algunos de los elementos que aparentan que esa brecha de diferencias entre los dos se ha ampliado, pero que al final de cuentas no es del todo cierta.

VII
Empecemos por el final y vamos al comienzo. Es domingo, al mediodía y te escribo después de la llamada telefónica dónde hablamos de mis salidas constantes y de lo que desconozco de ti. Anoche te llamé desde Tin Tin Deo mientras sonaba la salsa a todo volumen. Lo hice con el propósito estúpido de dejarte la curiosidad de saber con quién andaba y qué estaba haciendo. Me colgaste y apagaste el celular.

Hace ocho días te llamé a la madrugada, contando que la calle apenas me había soltado para ir a dormir. Y que me desvelé con don José Cuervo y una amiga, de nuevo a propósito, a ver si te revivía los celos, Qué ridículo. Lo que no dije en esa ocasión es que alguien, después de que decidiste un reemplazo pa mí, te vio en Tropical Club, con el tipo que es escolta, y por eso decidí gastarme la alcancía en tequila. Más mentiras a tu saldo.

Sigamos remando de atrás hacia delante. Dos fines de semana pasaron en blanco, pero los llenaba de historias para figurarme más interesante. Y te las relataba en mi diario. Pero por más que hiciera malabares montado en un monociclo, sobre una cuerda floja, con una escoba en la nariz, la boquita se te iba abriendo para sacar la o de un bostecito.


VI
Cuatro semanas más en retroceso. Imagen en tercera persona. Las sábanas color vinotinto, tersa espalda femenina desnuda, el cabello alborotado, la aurora helando la habitación: un par de cuerpos accidentados en una cama donde el frío se incrustaba en las venas. La noche anterior la desnudó consciente de que esa piel pronto le sería prohibida, así que se procuró una tarea imposible: evadir aquello de que estaba amando en carne y espíritu la figura de su reina de corazones. Ahora la observa dormida junto a su almohada con los párpados trasnochados y en el pensamiento una grabación en repeat: No comprendés cuánto te adoro, india (sobrenombre de Fulanita). Piensa que aquella será la última noche en que se verán cual recién nacidos y se da ánimo porque seguramente en menos de quince días, sumando todo lo ocurrido, la tendrá bien olvidada. No imagina que seguirá extrañándola por dos o tres o cuatro veces más que el mes.

V
Las dos semanas anteriores a esas cuatro semanas que anteceden dos fines de semana, me colé en tu apretada agenda. A cada rato aparecía como por mera casualidad. Fingía no llenarme de ansias noche a noche, mientras tu ausencia durmiera conmigo. Pero no era el único. Ambos fingíamos para evitar enmarañarnos la cabeza con alguna esperanza para esa relación en desahucio.

Por momentos te soltabas y te sentía plena con mi abrazo, con ganas de estamparte en mi camisa y no dejarme ir. Falsa impresión. En serio no querías involucrar sensaciones ni neuronas conmigo. Ya cuando reuníamos nuestros cuerpos y le echábamos el licor de unos besos, y prendíamos la cerilla y flameábamos los corazones, no tenías la timidez de la primera vez que estuvimos, después del incidente que le añadía un par de huesos puntiagudos a mi frente. Y lo mejor era cuando tu cuerpo se bañaba de almíbar, canela y vainilla, pues me transportaba a otro tiempo, cuando no necesitábamos del mayor contacto para quedar untados de deseo. Volvió tu cuerpo a ser un sueño erótico y tus poros erizados la fantasía imborrable de mis madrugadas.

IV
Antes de colarme en tu agenda y aparecer por meras casualidades, el rencor me carcomía y planeaba cómo ilusionarte para luego dejarte plantada, asida de nada, errante en la duda, desubicada como colectivo en un desierto. Así como quedé yo después que me decepcionaras.

Cargaba en mi interior la adrenalina del vengativo y la contradictoria sensación de que todo el odio surge de un amor irresoluto, no correspondido y lleno de engaños, pero no por eso menos amor, menos ganas de darlo todo por ti, de vivir contigo lo que nos resta y levantar sobre nosotros un hogar, donde tú fueras pilares, y yo, como me gusta andar cerca de las nubes, el techo.

No perdonaba fin de semana sin caer ebrio, ni dejar de editar el diario que pretendía entregarte. La única que me sacaba sonrisas estando sobrio, aparte de ti, era la estudiante de teatro, la que me acompañó la noche con don José Cuervo. La sumergí en mi horario y de risotada en risotada, percibí que si alguien podía librarme de esta bancarrota de cariño era ella. De modo que rompí las ventanas de mis ojos, tomé uno de los vidrios destrozados y me abrí el pecho para introducir su estampa en mis entrañas. Para sorpresa mía, la admiración que sentía por esa pelada y el encanto de sus bromas no cabía en el espacio donde sólo residís vos: como energía, como imagen, como cáncer o como recuerdo, como sea, ahí te encontrás.

III
Días antes, cerca del comienzo, cómo dolía todo. Pero yo te llamaba en las noches, con vos de parcero y Todo bien mi niña que yo la llebo en la buena, bení y berés que yo te puedo hacer reír para que se te quite el estrés del día, venga yo le redato chistes y la saco a la rumba pa que se azore y levante miradas y me haga la envidia de la fiesta, porque es que vos sos la farola de mi calle, el andén de mi carretera, la pasta de mi navaja, el escapulario de la Virgen santísima que me protege cuando ando en el bisnes y las balas me zumban en el oído, oiste reina inmaculada, vos sos la fe y devoción que no gasto en curas pederastas y el billetito que jalo de la bolsa de la pobrecita catedral pa calmar el hambre y la sed.

Después me daría cuenta que todo ese rencor era por falta de caldo de ojo. Porque cuando te vi esperándome en la callecitas de paredes blancas, frente al apartamento que nos ha servido de santo motel, se me desfiguró la caricatura de malvado y se pusieron los ojitos chinos como los de Pucca, muñequita intensa que caracteriza perfectamente esta fiebre romántica y empalagosa que siento por vos.

Más tragado que calzoncillo de ciclista, llegué al punto de pedirte que no contestaras mis llamadas y dejamos de hablar por cerca de un mes. Subversivos mensajitos de texto mantenían algo de comunicación. Aún respondías. Y cuando decidí romper eso de no hablar, porque ya el síndrome de abstinencia me dominaba, conversamos alegremente, manteniendo a raya el tema Los dos.

Eras feliz por mi resignación, y sin lógica justificable me enviabas mensajitos con te extraños y esas cosas. Estábamos en el punto donde el barco a punto de naufragar se empina y mantiene a flote antes de hundirse por completo. Mucho Titanic. Duro de Naufragar parte ¿seis? Esta ocasión, parecía, que la tripulación de sentimientos no iban a tener bote salvavidas y se ahogarían toititícos y la capitana y el almirante coronel ya estaban a salvo, cada cual embarcados en rumbo distinto.

Pura paja. Por lo menos en mí, a pesar de que me adornaste la frente y pelaste la morronguera, esos sentimientos como que son inmortales. Maldita sea la hora que me dio por creer en el amor cortés y la felicidad absoluta. Aún a sabiendas de que la felicidad es un hongo. Te lo comés, alucinás y volvés al rato a darte cuenta de que estás en el mismo potrero, en el planeta tierra, donde se comen los retoñitos de la mierda.

II
Antes de tu cumpleaños, salí de tu casa con la decepción que causan los cobardes que usan máscara, bandidos con pasamontañas, que pegan la puñalada fría y alevosa en un silencio mortal y por la espalda. Bueno lo de fría lo dudo. El caso es que mi frente ya no era lampiña. Y sí, ansioso, me fumé dos Boston mientras caminaba. Pero no tomé cerveza, ni deambulé por la panamericana alucinando con la noche que caminamos como vagabundos desde el colegio, por la loma del tablazo, hasta tu casa, como relaté en una de esas cartas con pretensión literaria. Claro, tampoco llegué al puente del río Cauca para arrojarme. No me suicidaría por un amor colapsado. Me mato por ti si tú mueres por mí, o nos morimos juntos, una silla junto a la otra, en la misma ruta de colectivo. De resto, me parece bien eso de carecer de vida en las venas y en el corazón pero moverse, declarar renta y cumplir compromisos.

Y en el mismísimo comienzo de este vía crucis arrevesado, en tu sala, hablamos sobre las discrepancias y tensiones de la relación, y del teléfono apagado estando o no conmigo. Es que me la paso estudiando y la batería del celular no dura, respondiste, y que la distancia, y que mis estudios. Te pregunté si algún pretendiente había invadido tu cabeza, y contestaste, Pues yo pienso que nuestra relación es muy seria y ese vínculo no se rompería fácilmente. No me dio mucha tranquilidad esa respuesta pero acabó la conversación.

Esperé, pues, a que te durmieras, encendí tu celular, y tomé el número del que te llamó incesantemente apenas lo prendí. Entrada la mañana, en el antejardín de tu casa, me hice pasar por tu padre, Mijo, habla con Cheo Tales, el papá de Fulana, Sí cómo está don Cheo, contestó muy formalito, aunque nervioso por mi usurpada identidad, Pues como es el cumpleaños de la niña, queremos hacerle un almuerzo con los amigos más cercanos, y pregunté a quemarropa, usted qué tipo de relación tiene con mi hija, Pues, don José, nosotros somos novios, el lector podrá escuchar el rechinar de llantas y el golpe seco y el estallido de cristal que deja una noticia atropelladora, sin embargo no me pausé, Ah, qué bien, mijo, entonces lo espero a mediodía, pero no le vaya a decir nada a la niña para que sea sorpresa, Bueno, muchas gracias, señor. Se despidió nervioso el pobre, pensando que yo era su suegro.

En la hora cero dije que me iba, que si podía volvía en la noche. Me instalé en una tienda vecina, donde en breve compraría los Boston de la desazón. Y esperé.

Por la carretera se acerca una moto BiWiS y da una curva hacia la reja de su casa. El tipo parquea, se saca el casco y se arregla el peinado en el retrovisor diminuto. De inmediato me le arrimo, Ve, disculpá, vos también venís al almuerzo de Fulana, Sí, el papá me invitó, por qué, usted es familiar de ella, No del todo, pero contáme, vos qué sos para ella, El novio, y usted, le sonrío y le ofrezco mi mano, Mucho gusto, el novio también.

Dibujó en su cara una risa angustiosa, incómoda, esperando que fuera una broma de mal gusto. Pero notó que hablaba muy en serio y me pidió una explicación, La que nos debe explicar es ella, le contesté.

Cuando ella abrió la puerta, se puso como un plátano, verde, tiesa y completamente muda. Y el de la motico al instante le arma una indagatoria para sacar explicaciones, y a medida que le lanza el cuestionario a ella se le van cosiendo los labios, los ojos se le oscurecen como manchas y la mirada le queda extraviada. Y él desbarata por completo su caricatura contra ese muro de silencio y se deshace en voz lloricona, y termina por decir, Eso me pasa, por proteger a otros y no a lo mío, Fulanita, discúlpame el descuido, esto que acaba de ocurrir no es tan grave, porque yo sé que también llevo la culpa, es que lo urgente no deja tiempo para lo importante, yo podría seguir contigo, démonos la oportunidad, pero dime algo, qué opinas, ah. ¡Qué monologo!

Pobre, de nada le vale, pues ella se retira al cuarto y deja al escolta con los signos de interrogación flotando en el aire. Y yo voy tras ella. Entra, se sienta en la cama, pesada, con un fardo de vergüenza que le puede. Recoge las rodillas sobre el pecho y hunde la cabeza entre sus piernas. No vas a decir nada, le pregunto. Sigue muda. Entonces, ya enojado, hastiado del patetismo de la escena, ya rabioso con su mudez, le digo, pasáme todos los chiros que tengo acá, me larrrgo. Tenía obligaciones y algo de dignidad. Aún.

I
Así que yendo del principio hacia el final, eso de que me volví rumbero de vocación es falso, cumplí compromisos todo el tiempo. El día empezaba a las 4:00 de la mañana y no paraba sino hasta pasada media noche. Empecé a camellar en la cárcel para tener una rutina de tiempo completo. En las horas que antes invertía en ti, me puse las gafas de ñoño y me clavé al estudio para subir el promedio, que en efecto subió considerablemente. Sobretodo por el 5 en ética, que conseguí haciéndole guiño a la profe e invitándola a una cerveza.

Todos los días trotaba y tensaba brazos en las barras. Apliqué un régimen militar de literatura, 40 horas de lectura cronometrada. Cuando tenía plata me iba a la décima pa comprar celulares robados y revender a los pirobos de la U, y con eso me hice lo de la encuadernada de los diarios, tal como los recibiste. Mis fotos, durante este lapso, mostraban un matacho flaco, calvo, con los ojos morados por los puñetazos de la cotidianidad.

Me hubiera gustado espiarte y darme cuenta de las sorpresas que tenías bajo el pasamontañas, pero no, nada, me calmaba y me acostaba a dormir con los pulmones ahumados.

Luego comencé a bajarle al cigarro, comencé a escribir las vivencias de la cárcel y comencé a cambiar de parecer... En un arranque absurdo me dio por reintentar todo, absolutamente todo contigo. Creo que me llené de sentimientos atravesando esos pabellones de soledad y sufrimiento de Villa Hermosa. Pero esta vez no iba a darte papaya como comúnmente lo hacia. Te iba a llegar por los laditos, evitando aburrirte de frente con preguntas como, Si me has pensado, Qué pasó con eso de decirnos toda la verdad, No que la relación era muy seria y el vínculo no se rompería fácilmente, Por qué, encima, seguiste con él. ¡Para qué tanto desgaste! Mejor: vení salimos, caminá te ayudo en las vueltas, vení comámos algo, si necesitás transporte, a vos, mi amor, hasta en los hombros te llevo con tal de tenerte cerca.

Y a tún tún te llegué y pude besarte y mimarte y conseguí que me llamaras con ánimo, y no como por pobrecito, qué será del pelao tragao. Y me tenía feliz ese logro. Pero la felicidad es un hongo que florece en los potreros llenos de plasta-e-vaca y el eco no responde: se burla. Pasado un tiempo, las llamadas, los mensajes y las noticias oficiales desaparecieron del espectro. La tan esperada crítica a mi diario y sus cuentos no llegó. Y el amor quedó aplazado, hasta nunca jamás, y yo: Ah, bueno, yo espero.

Estaba a punto de reventar al mes de tu desaparición. Y colgué carteles en toda la ciudad para tener información de ti. Un amigo me dijo, No, nada, se la llevó un brujo. Y estuve cerca de creerlo. Así que reiniciaron los mensajes subversivos, que decían algo acerca de que vos ni le dabas fin ni continuabas la vaina, que yo de güevón mantenía a la espera, y que era confusa toda la labia que echabas sobre tus sentimientos hacia mí, el gusto con que recibías lo que daba, y sin embargo me huías asustada como si te apareciera la guerrilla (ya la patasola no asusta). Que cuándo me darías la oportunidad o por lo contrario me romperías el tabique con un portazo certero, echando seguro y tragándote la llave. Y la niña qué me contestó. Que todavía estaba llena de trabajo, que al acabar lo pensaría y me daría respuesta.

Entonces, puto, me fui otra vez a la calle para no esperar como desocupado ni sentir que era tu destrabe. Y como en la calle no sucedía mayor cosa, volví a casa y me inventé tripletas con niñitas de 14, orgías con psicólogas, peleas que nunca faltan, y un personaje que quería ser escritor. Me entraron dudas acerca de mi docencia en la cárcel, de mi vocación literaria, de copiar o no copiar a Krahe y más bien interpretar a Cobain o Andrés Caicedo. Y con este tipo de dudas me recibía la noche y el sueño.

(Únicamente calmaba ansias cuando te aparecías en mis sueños. Excepto la última vez, en la que peleamos violentamente. Noche helada y diluida. Ambos nos gritamos enérgicamente los memorandos del historial personal. Yo te empujo, y con el cuero de tu mano insolas mi mejilla. Te recuerdo a tu madre con toda la riqueza verbal de un conductor de bus. Ofendida, de un empujón me haces caer, y te halo conmigo. Con severo totazo en la cabeza me recibe una roca. En la oscuridad del suelo se expande un charco de sangre como almohada. Te asustás. Te empujo para que no me toqués. Ya viste lo que hiciste, te grito. Te separás de mí alarmada, no pensabas que fuera a llegar a tanto. Noto que estamos vestidos de negro. Y qué, pregunto, los guantes son para que no queden huellas dactilares en tu crimen. Intentas levantarte. Te tomo violentamente por la nuca, me acerco a tus ojos y te increpo, Respondé. Me escupes. Con dos dedos, me llevo tu saliva a mi boca, luego te acuesto en el suelo. Voy a trapear el suelo con tu cabecita despeinada. Cuando te agarro por el cabello, te abrazas fuerte a mi nuca y empiezas a moverte debajo de mí. Cambia de tono el sueño, y aparece la violenta sexualidad. Arrancamos ropas, mordemos labios, uñas en la carne, raspones en las rodillas, y nos exprimimos en un cuerpo a cuerpo donde descargamos todas las iras de quién sabe qué cosa que nos enojó. Amanece. Ambos estamos desnudos sobre un prado muerto, pálidos en la primera luz del alba. Abro los ojos. Otra vez me caí de la cama, por borracho. La almohada de sangre, es el contenido desperdiciado de la botella en el suelo. Todavía tengo la marca de tus uñas en el brazo. Abrazo tu ausencia).

Días después se me iluminó la sesera. ¡Cómo es eso de que yo dejo en tus manos todo el destino de nuestro vínculo, si lo comprobado en el laboratorio de mis silencios es que vos no movés un dedo por esto! Ni por el sí ni por el no. Por qué. Qué te impide decir, Ve, Mengano, no más, punto, ce finí, game over, se acabó, no me hablés más del tema que te volvés insoportable. Pero, como en las encuestas, No sabe no responde. Pelada, si con lo que la quiero nos alcanza para los dos. No necesito que vos me querás. Ya se me salió la lágrima. Qué poca dignidad me queda. Pero hombre, no soy alérgico a los desengaños, y si me toca chupármelos, que sea con vos y no con otra. Porque una caricia tuya vale por par cachos. Un beso, par cuernos. Un abrazo para tener un triángulo. Una noche para mantenerte a ti, tus hijos y tu marido. Qué tal la tabla de precios. Cómo la ves. Dirás que eso no es amor si no que es una dependencia idiota, una fijación obsesiva, una pena adictiva, un reemplazo de figura materna. Mi amor, estás equivocada, el amor es el maquillaje del sexo. Y como amor apenas ápices hay, esto se trata de puro encoñamiento.

Cero
Y así volvemos al personaje ficticio, al de lágrima dura, el de ambición literaria, el bohemio rumbero, el de pelo en pecho y espuma al orinar. Porque él debe terminar esta cartica, de lo contrario mínimo a la larva babosa del Yo romanticón, crédulo e idealista, le da por llenar de te amos el resto de la hoja.

Sí, las diferencias se han acrecentado al punto que sos una conocida para mí. La mujer hermosa a la que uno le entabla conversación en el bus pero que contesta con monosílabos pues no le interesa ni pizca conocer a un sujeto tan lanzado. Ya la distancia sirve de extinguidor para apagar el incendio de esta hoja de papel y emociones. Yo procuré mantener su llama, pero sin los besos oxigenados de tu boca, es tarea imposible por más gasolina que le invierta. Y todo el celuloide se desmorona en ceniza y deja un manchón en los dedos y un leve olor a carbón. Lo único que ya espero es que a vuelta de correo, me llegue el título de Doctor en sufrimientología amorosa, en cartón paja. Firmado por la facultad de tu omisión y por la principal y única tutora, Fulana Perenceja de tal.

Ya ni amigos podemos ser. Vos mantenés de una locuacidad tan impresionante, de una fluidez de rapero con micrófono abierto, que me toca a mí echarte cuentos, revelarte mis preocupaciones, las impresiones del día, cómo va ese tratamiento del cáncer en el corazón, darte un par de risas con una anécdota bien contada y así mantener una comunicación payaso-auditorio más o menos decente. Para qué mentirnos. De mí te interesa saber qué herencia te voy a dejar cuando estire la pata. Adivina. Te lo adelanto. Te voy a regalar en conserva mi dedo del medio. Muda.

En otras palabras, en mis aguas ya no profundizas. Y eso que las sometí a tratamiento y les limpie los microbios de la desilusión, para que pudieras desnudarte a la orilla y sumergir tus muslos de medalla de oro, el champagne de tu cadera, el canto de tu ombligo, la trigonometría de tus senos, tu rostro de porcelana china, las fibras de ébano de tu cabello, y ya inmersa bajo el agua, mostrarte el hotel cinco estrellas para sirenas, con suite reservada a tu nombre. ¡Ni modo! El turismo no es mi fuerte. Ni es el primer bisnes que quiebra. Muchos atraviesan la bancarrota de cariño.

Ya sabía yo que sin collar y sin hogar, este perro volvería a vagabundear. Ya sabía que el frío y el hambre me iban a mover de tu puerta. Ya sabía que me llenaría de pulgas por descuido. Y que las lagañas adornarían mis ojos. Ya sabía que la rabia me invadiría y pelaría los dientes a cuanto extraño se arrimara. Y que mordería a la mano que me da de comer. Y que perseguiría todos los carros de la vía, sin saber qué hacer al alcanzarlos. Y que los huesos del basurero no bastarían para rellenar los míos. Que me iría tras la primer alma caritativa que me arrojara un pan. Ya sabía que terminaría corriendo con los amigos junto a la carreta del reciclaje. Y que dormiríamos junto a ella bajo un puente a plena luz del día. Y en la noche recorreríamos las aceras, buscando algún sobrado que nos recuerde lo que llevamos dentro. Ya sabía yo que me atraparía una red de incertidumbre. Y que dormiría en las jaulas del olvido. Y que en un amanecer se decidiría mi destino. Si ser desterrado para siempre de mis calles, en brazos de alguna protectora. O entrar al purgatorio de los canes. Ya sabía yo que así acabaría.

Recuerdo, pues, que aprendí más por perro que por viejo. Así que vuelvo a ser faldero. Como dijo el sabio Buda: Paila. Mi puerta queda cerrada. Pero por la chimenea siempre estará mi calor y por las ventanas toda mi atención. Sépase que exagero en mis escritos, porque las miserias adquieren forma cuando se inflan. Y no todo fue áspero y filoso, aprendí que a veces gana el que pierde a una mujer. Y, sabés qué, por amor me cortaría, máximo, las uñas.

Todo bien, Fulana. Yo salí porque salí.
(Ojala esta vez sea cierto, piensa la destinataria)
Firma
Mengano


Andrés Rojas.

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