C’est la vie, parcero.

Al río Cali lo mataron hace años y ahora corre vencido su cadáver por entre las piedras para refrescar a unos cuantos gamines y lavarles la ropa. Junto a él me ha sorprendido el telón azul de la mañana que colorea las pompitas jabonosas y despierta los vahos podridos. Que a qué vengo. A dejar un barquito sobre esta corriente. Un barquito elaborado con el papel de una publicidad en una tarde de desparche. Me lo obsequió una estudiante de teatro con la siguiente consigna, Te lo regalo pero es para que lo lleves al río y lo pongas a navegar. Vos me estás hablando en serio, le pregunté en seguida, Claro, muy en serio, y tiene que cumplirlo antes de que me muera, respondió. Antes de que parezca que la banda musical de este escrito es un réquiem, aclaro que no se ha muerto. Infortunadamente.

El día que sus manos parieron ese barquito, inspirada por las bocanadas de Juana en Banderas, comenzó nuestra amistad. Mantuvimos la relación a retazos de tiempo, con llamadas esporádicas y una que otra vez hablando personalmente. Organizábamos planes que nunca se concretaban: que hay fiesta milonguera, que tomémonos una cerveza, que le ayudara en inglés, que me enseñara francés, que tengo tal obra en tal lugar…

Nada se daba, excepto compartir escritos. Me prestó unos cuantos, advirtiéndome que para ella era muy íntimo, como abrir el baúl de los secretos. En aquel entonces, inmerso en la retórica, lo único que hice fue ver la gramática y composición de sus escritos, en vez de rodearme de su expresión y comprender el significado de sus símbolos. Novatadas. De cualquier forma, ella nunca quiso tocar el tema de nuevo.

Luego entró a Bellas Artes y nos perdimos un poco más debido a las ocupaciones de cada uno. El hilo que nos conectaba de vez en cuando eran unas llamadas y algunos mensajes por Internet. Meses después tuvimos una breve cita en San Antonio y otra concretada ayer en la noche. Corta noche, larga madrugada. Noche disímil y de desaciertos. Que para que quede expuesta a un juicio amplio, traduciré a continuación.

Desde la visita de San Antonio, a pesar de lo breve, se turbó mi sobriedad y mis ojos cambiaron el canal de la amistad por la cinta del gusto. En otras palabras. Los ojos enturbiados por el voyerismo hacia su boca desnuda de maquillaje, me ordenaban quebrar la línea divisoria entre el amigo y el más que amigo. Y se lo confesé por teléfono. Pero que me invadiera la atracción por ella le inquietaba tanto como al río un papelito más en sus aguas podridas. Así que el comentario no abrió espacio en la conversación y nos despedimos con un nuevo plan, cumplido anoche.

Entonces qué, vamos a Tin Tin Deo, le propuse. Listo, de una, me cae al pelo, contestó. Pero que no pase lo mismo de los otros planes, que terminan en puro blablablá. Con una voz aguda y gangosa, imitación de nena de barrio, respondió, No, seguro, oístes, papi, no sino que usted diga y ya, nos bailoteamos, rico.

Era esa una de las cualidades que más me atraían y me brindaban comodidad. La de hacerme reír con sus comentarios, imitaciones de voz y dialectos de mujer de chofer de bus. Por más malparidés que cargara, escuchar su voz era despejar todas las malas vibraciones de un día fatigante.

Y llegó el día, la hora y el lugar. Y de lo planeado por teléfono debimos pasar a lo improvisado por motivos de cansancio. Se percibía en su cara baja de nota, en su postura curvada, que las jornadas de estudio en Bellas Artes la traían molida. Por eso los pasos que iba a tirar en la pista tocó doblarlos en una butaca de la Casa Amarilla.

Para no redundar contando cada una de las veces que me provocaba besarla esa noche, y guardando así lo ordinario de mis palabras de técnico mecánico, traduzcamos cada signo de puntuación como una de esas ocasiones, donde las comas son picos, los puntos seguidos besos típicos, tiernos, santurrones, y los puntos apartes son besos franceses, paladeados, resonantes, con todo y lengua de lagarto.

Cuándo me presentas el pájaro que formó nido en tu cabeza, provocó decirle, por su pinta. El cabello negro suelto sobre los hombros, enredado por el viento y la llovizna, la sombra gris sobre los párpados levemente desvanecida, los ojos decaídos, los labios secos y extrañamente cerrados. Qué te pasa, Nada, estoy agotada, acabé de discutir con mi novio y me duele la rodilla. Posó su pecho sobre las piernas y me dejó viendo el nido negro de su cabello. Salsa de fondo a todo volumen. Imposible hablar. Y ella nada que levantaba su carita.

Paciencia, paciencia, me dije. Levantó su mirada, quizá más triste que cansada. Paréntesis. Nada más bello que la melancolía alojada en un rostro de mujer. Cierra paréntesis. Le dije, en serio, si quiere yo puedo ser su “mejor amiga” y me puede contar lo que le pasa, No sé qué pasa, respondió. Me miró fijamente con su rostro taciturno, así que nótese la siguiente puntuación…

Uno, dos, diez minutos con los rostros tiesos. Le extendí mis manos para ir bailar. No, no puedo, contestó, me duele mucho la rodilla. Dame tus manos, dije y ella tomó mi oferta de dedos extendidos. Y empecé a bailar frente a ella, armando la recocha con pasos inventados para obtener alguna sonrisa. Y se alargó la comisura y la caricatura triste cambió por una más alegre. Punto aparte.

Se hizo corta la noche. Rumba hasta las dos de la madrugada es para párvulos. Me tengo que ir, me acompañas, preguntó, Listo, vamos. Recorrimos las solitarias y estrechas calles de San Antonio con su arquitectura colonial que parece transportar a un tiempo donde jamás se pensaría en el descomunal crecimiento del pueblito caleño, tiempo en el cual el río Cali conservaba bajo las piedras y en toda su corriente peces para alimentar a las familias de la ribera. Qué tiempo. Compartimos un pucho mientras caminábamos, hasta que llegó a menos de un centímetro de papel blanco. Dame cigarro, me dijo, No, yo lo acabo, Daaame, sonrió. Bueno, pero boca a boca, Listo, de una.

Me recosté a la pared de una casa a la que no regaba el alumbrado público. Se acercó sobrepasando aquella imaginaria línea divisoria entre el amigo y aquel que no quiere serlo. Primer plano al cigarrillo que arde e ilumina de rojo mi cara a oscuras. Zoom a la boca que se aproxima y se entreabre liberando la corriente de humo gris. Atención a los signos de puntuación. Ella aspira, gira la cara… suelta el humo formando una nube grisácea que se desvanece en segundos sobre el fondo negro de la noche. Yo me quedo atento a la desaparición del humo. Es un plon de beso descomponiéndose en partículas dispersas que no dejarán rastro de su nacimiento. Aun quedaba algo de cigarro. Venga le digo, todavía queda un poquito, quiere más. Se acercó de nuevo. Le solté el humo esperando que se le pegara a los labios, y como si nada exhaló todo mi deseo. Así que proseguimos el camino. En adelante la cagué por no guardar silencio.

Paneo en primer plano de una pareja que sube unas escaleras de cemento y piedra húmeda y brillante. Él tras ella, tocando levemente su cadera con una mano. Él intenta decirle cuánto le gusta. Y como procura no apelar a lo poético o filosófico, pues las mujeres tienen suficientes problemas tratando de entenderse a sí mismas para embromarlas con Derrida o Popper, le sale un natural y muy romántico piropo de andamio, Me gustas más que el pollo, y eso, mi amor, que me crié en un asadero de pollos. Vea, usted para mí, en resumen, es como el último pedazo de carne de la picada. Alrededor suyo, todo es simple y sin sabor. Sutil. Colosal verso de calcomanía de buseta. Neruda a su lado es un payaso quejumbroso. Oh, puedo escribir los versos más tristes esta noche. Lloricón. Aquí es el barrio y los lugares comunes. Y ya no intento disculpar más al tipejo aquel usando la ironía.

Entendí entonces lo que me dijo al oído en la Casa amarilla, prefiero la comunicación no verbal. Cierto, la comunicación verbal complica las cosas de la gente. Las palabras deben ser las suficientes para saber con quién estamos y hacia dónde se transita, no más. El exceso de palabras hace a los hombres aburridos. Hay que hacer reír a las mujeres, cierto, pero es con ingenio, y el ingenio es tacaño. Es preferible un silencio musical en cuyo fondo murmure un espíritu con fuerza y claridad. Porque el silencio es una puerta abierta y las palabras son laberintos. Ojala me hubiese dicho ella, No me hable, parce, hoy quiero estar contigo.

Pero nada, maldita nada, ocurrió. Ni un insulto, ni una sonrisa, ni una onomatopeya desaprobatoria. Ni siquiera volteó a mirarme, hasta que llegamos a la reja de un edificio, sacó su celular y llamó a alguien. Ese alguien bajó a abrirle. Era un man al que se le podía tomar radiografía con vela. La versión más femenina de novio que he conocido. Hasta que habló con tono grueso y no hubo más de qué burlarme. Mientras la veía atravesar la reja abierta, la mirada sostenida del tipo me producía urticaria y me bajaba la moral tres metros bajo tierra. Sentí envidia porque su noche sería acompañada. Y sentí impotencia para competir en la escala de gustos de la estudiante de teatro. Porque le conocí de cerca todos los ex. Y qué cosa más rara. Todos, ella, él, los ex.

Un beso en la mejilla para despedirnos. Tanta falsa señal me hizo pensar que te gustaba, fue el mensaje que imprimí en su mejilla. La dejo, mi niña, me esperan en el planeta Tierra, donde las señales, por lo regular, concuerdan con su significado. Que la pasen rico, me despido de ustedes, llévenme en el primero. ¡Hasta dentro de nunca! Ha sido un enorme placer. ¡Lástima que no haya sido este! Nos vemos en el espejo, mascullé entre labios, con un leve agitar de mano mientras me alejaba hacia la esquina. La reja y la puerta se cerraron.

Desamparado, perdí las ganas de continuar la noche alimentando el gusto. Así, los signos de puntuación desaparecieron tras una reja de aluminio con una pareja internándose hasta el misterio de lo quizá más obvio Al llegar al hotel Intercontinental planeé qué hacer después, porque deseaba llegar a mi casa exhausto De fondo el murmullo del río Y al interior la corriente de mis muertos Terminé en un bar que de alterno no tiene nada Ya lo alternativo siendo común muta en moda Visto desde arriba una aglomeración de gente empujándose Al estilo del nativo americano alrededor de la fogata el tipejo rodea la aglomeración con saltos ligeros con las rodillas muy arriba En el punto cumbre de la canción Death metal forever el que se cae toca pararlo si no se daña la turba con los cuerpos en el piso El tipejo cae una vez lo levantan y al que lo levanta lo empuja y lo manda a la mierda Condescendencia Los latidos se elevan Adrenalina en las mejillas Los dientes apretados Lástima era el último pogo de la noche Cierran el bar

No hay a quién fingirle delicadeza con las palabras Ser lo que se es para ser realmente Pa la Gruta es que voy Me entiende A ver qué pasa con esas pintas de por allá Ahí me encuentro un man pidiendo perico y dice haber nacido en Italia Yo le llamo al jíbaro enano que lo necesitan pa un mercadeo un bisnes El tal italiano se queda hablando conmigo Parli italiano me pregunta Non molto, voglio parlare Francés bue non ho insegnante mi bambino El man se queda sano y saca un tubito lleno de perico y me ofrece pa disimular que peló el cobre No grazie le digo mi llave todo bien hágale por mí Y se pega dos pases enormes Pase usted después de usted Bigote de leche klim en las púas del bigote Cuando se pisa el tal todo cajeado Que dizque italiano le digo al enano Ese indio qué va a ser italiano con esa cara de putumayense que tiene Con ese cuento solo trama la mamita de él Por compasión con el cachorrito

Transcurren las horas densas, aceitosas. Un jíbaro a las seis de la mañana comienza a probar la merca propia. Y a compartirla. Me recuesto en la plazoleta frente a Bellas Artes donde hablamos alguna vez el proyecto de actriz y yo. En esas siento algo en el bolsillo de atrás. Es un papel gruesito. Lo saco y encuentro el barquito de aquella tarde de desparche. Sonrío y recuerdo que ella tiene la habilidad de sacarme sonrisas por más que la procesión cargue difuntos muy queridos.

Bajo hasta al río. A la orilla hay un gamín en calzoncillos sin resorte, acuclillado, lavando unos pantalones cafés llenos de agujeros. Me pide la liga. Lo ligo. También me acuclillo en la ribera y contemplo de cerca esa corriente sucia y maloliente. ¿Cuándo te mataron Río Cali que olés a riñón hervido? Saco el barquito de papel, lo pongo sobre la superficie del agua, y antes de que se vaya lo cargo con el dolor con la traición de mi ex mujer, con la imposibilidad de seguir mi vocación literaria por la mecánica cotidiana, por los apretones económicos, con el desentonado gusto por la estudiante de teatro, con la fallida comunicación verbal, con la impunidad de la masa que envenenó al río vía intravenosa alcantarillada. Visto desde arriba el barquito deja la orilla, llega a la corriente central del río y como era de esperarse se hunde por el exceso de podredumbre, tanto en las aguas como en la carga. El gamin me dice, Nooo, viejo man, los barquitos pequeños no flotan en esta corriente de mierda, traiga uno grande y verá que le flota, aunque de pronto se le atasca en las piedras, no, mejor sabe qué, no traiga nada a este río, aquí es el baño de los chuchas, sí quiere tirar algo bótelo al inodoro, segurito le llega acá, y hasta más lejos. Todo bien, parce, era una promesa para una viva, y ojalá siga así por mucho tiempo, para que brinde muchos signos de puntuación y corone de felicidad a quien lo merezca, Uy loco qué te fumastes, Realidad, parcero, realidad.

Comentarios

cathe chicangana ha dicho que…
Cada vez q disfruto de tus lecturas me doy cuenta q tienes mucho talento y q seria feliz leyendo todos los dias algo hecho por tus sentimientos FELICITACIONES por darnos ese ratico de entretenimiento del bueno.un abrazo
Ana María ha dicho que…
Me gustó.
Es entretenido, tiene ritmo, pausas, intensidad...
Bueno todo lo que dicen en el taller (de la vida mecánica) y además tiene conciencia ecológica...
Felicidades,
Ana María

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