Ficción, ficción...

“Ítem: en un momento dado se puso todo legañoso y colérico por el hecho de que tanto la ficción como la no-ficción pudiesen ir de la mano en la estantería de una persona sensible. Además, refunfuñó, ¿por qué la no-ficción se definía y se denominaba, paternalistamente, en función simplemente de su opuesta? ¿No era como si a la fruta se le definiera como no-verdura? ¿O —por si acaso tardábamos en captar la inferencia-como si a las verduras se las llamase no-fruta?

La ficción, contesté, es la ficción suprema. La no ficción es la escoria que hay en el oro de un idiota (signifique lo que signifique esto; pero me gusta cómo suena). No me seguía muy bien. Mira, le dije, la ficción —por lo cual, naturalmente, yo entendía el arte en general— es la norma, las notas graves, el recurso de oro, el meridiano, el polo norte, la estrella del norte, la estrella polar, la piedra imán, el norte magnético, el ecuador, el beau ideal, el summum, el epítome, el ne plus ultra, la estrella fugaz, el cometa de Halley, la estrella del este. Es a la vez la Atlántida y el Everest. O si quieres que te lo diga más a lo stuartesco, es la raya blanca en el centro de la carretera. Todo lo demás es una desviación, un semáforo, una cámara de velocidad que aparece de pronto en tu rétroviseur”.

Fragmento de:

Julian Barnes. “Amor, etcétera”. iBooks.

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