Sobre los groseros

Existen serias críticas acerca de que los caleños somos excesivamente groseros. Incluso en boca de ciertos académicos he escuchado que el caleño sufre coprolalia. Palabra que me envió directo al diccionario y traduce, tal cual, Tendencia patológica a proferir obscenidades. Y después de reflexionar, masticar y meditar esta definición, al fin la comprendí… que somos vulgares, ordinarios, ofensivos, y hablamos mucha mierda. Y para responder a esas críticas, ayudado del negro Fontanarrosa, asumí, de oficio, la defensa de nuestra dizque malhablada forma de expresión.

Primero una aclaración corta, para ser estrictos en el lenguaje. Grosero puede referirse a un acto descortés, como quitarle la novia al hermano o levantarle la mano a la mamá. Así que en este caso no somos groseros. Vulgar viene de vulgo, es decir de la gente popular, y también se define como algo impropio de personas cultas y refinadas. Y, pues, sobra decir que son múltiples las costumbres y privilegios que ellos tienen y nosotros no, pero lo que es impropio en este caso, es el uso de las denominadas malas palabras.

La pregunta es, ¿Por qué son malas las malas palabras? ¿Quién las define como malas? ¿Qué actitud tienen las malas palabras? ¿Le pegan a las otras? ¿Son malas porque son chiviadas, de mala calidad? O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar. Tienen actitudes reñidas contra la moral, sí, pero quién las define así. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas que al principio eran buenos pero la sociedad los convirtió en malos. Y si uno presta atención, no son de mala calidad. A algunas se les escucha más saludables y más fuertes, incluso han adquirido tal poder que se les dice palabrotas, así, con aumentativo. También se dice que es el idioma vulgar, ¿quién es vulgar y quién no? Más cuando uno nota que los estudiados que nos gobiernan cometen unas groserías y unas vulgaridades en su gestión que hágame el favor.

Las malas palabras son las más vivas y graciosas de cualquier lengua, en especial cuando provocan risa y no cuando ofenden. Y es porque vienen de la picardía, de lo prohibido. En mi casa, por esa manía que tienen los padres de criarnos con eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca, están terminantemente prohibidas. Y una tarde le pasé una grabación de un cuentero a mi hermanito y él juiciosamente se sentó a ver al man que en un colegio, con un tono que trataba de infundir miedo, decía, Les voy a contar un cuento de Terrroorrr. Y todos los pelaitos cagaos de la risa. Y el man insistía, el cuento de la patasooolaaa. Y más risa les daba. Entonces llegó un cuentero argentino y le dijo, No, mi hermano, eso ya no asusta a nadie. El primer cuentero, ofendido, lo provoca y le dice, Ah, ya se te salió el ego, a ver, pues, demostráme cómo se asusta. Y llega el argentino y les grita a todos los pelaítos, SE METIO LA GUERRILLA HIJUEPUTAAA. Y todos los pelaítos paniquiados salen a correr y dejan el salón vacío. Lo curioso del asunto es que mi hermanito, desafiando lo prohibido, rebobinó toda la tarde la parte del madrazo y se liberó y carcajeó con la palabrota prohibida de la casa.

Y es que las malas palabras reflejan una expresividad y una fuerza que las hace intrascendentes. Aunque advierto que no es una defensa incondicional –quijotesca, para los refinados– de las malas palabras. Unas me gustan otras no me gustan, como sucede con las palabras de uso natural.

A veces regañamos a los pelaos por el supuesto mal uso del vocabulario. A mi no me preocupa que insulten permanentemente, lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión, de expresión y de grafismo al hablar, como esos muchachos que dicen Había un coso… que tenía dos cositas acá y de acá le salía una cosa más larga, y uno dice ¡Qué cosas! ante esta situación. Con qué estrechez de palabras se mueven estos muchachos. Pero yo digo, ellos tienen integrada toda esta familia marginal y un tanto despreciada que son las malas palabras, que en definitiva les sirve mucho para expresarse. No les cortemos esa posibilidad. Afortunadamente ellos siempre hacen lo que se les da la gana y enriquecen a su manera el vocabulario.

He aquí botones de muestra: Pichurria, visajoso, gamberro, liso, recuca, chimba, tarúpido, tomba, tropel, panguano(delincuente), panguanorsovia (delincuente graduado en Villahermosa), maniculiteteo, pichipiñata (fiesta en Flores Frescas), grilla (chica de piernas dispersas), solle, cuadre (noviazgo), Bombondrilo (mujer de cuerpo bonito y rostro feo), Langarria (flaco como zancudo), porro (baile alegre de la costa…Bueno, pa otros traduce cigarrillo casero que pone los ojos rojos y da alegría a los pulmones), guaricho, yeyo, voltiado, wache (reloj), zunga, plomonía (de lo que murió John Lennon, Lutherking y Jaime Garzón), trampiar (Malicia indigena colombiana) y pisarse, que es irse, dejar este listado porque se podría seguir hasta crear un nuevo diccionario (de hecho, ya existen dos, el del parlache y el del lenguaje carcelario).

Si uno observa a los pintores, ellos saben que entre más colores, entre más matices tenga uno, más se puede defender para representar, para graficar, para transmitir mejor lo que se quiere. Y esto es lo que brindan las malas palabras, matices, sazón, picante. Dejando claro que una sopa muy condimentada, no llega a deleitar el paladar, que en esto se necesita un toque de mesura.

Además hay palabras, de las denominadas malas palabras, que son irremplazables por sonoridad, por fuerza, incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o sonsa, que decir que es un güevón. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo. Aparte la contextura física, el secreto de la palabra güevón, ya universalizada, la fuerza y su resonancia está en la letra N. Analicémoslo. Anoten los maestros. El secreto está en la letra N, porque no es lo mismo decir bobo o sonso, que decir ¡güevóN!

Otra palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa –aquí hallamos otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras, pero parece que las leyes protegen algunas palabras y otras no– esa palabra maravillosa, decía, es Carajo. Que en navegación es el lugar donde se colocaba el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere. Entonces mandar una persona al carajo era estrictamente eso. Pero acá apareció como mala palabra. Al punto que se llega a los eufemismos y los rolos, que se tildan de gente con clase para hablar, comenzaron a decir caracho o carachas, que es de una debilidad absoluta ¡y de una hipocresía! Así también, la palabra arrecho, que en los llanos orientales es estar enfurecido, bravo, emberracado, y por acá aparece como estar caliente, deseoso, con hambre devoradora para las mujeres, enfierrado para los hombres.

A veces hay periódicos que ponen El alcalde Fulano de tal envió al consejal a la eme y ponen puntos suspensivos. ¡La triste función de estos puntos suspensivos! Ese papel absurdo que están cumpliendo debería ser discutido por los lingüistas y literatos. Hay otra palabra irremplazable, fundamental en el idioma, que es la palabra mierda. El secreto de la contextura física está en la erre. Anoten los docentes. Porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos, Mielda. Que suena a chino. Y no sólo eso, pienso que allí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana, la falta de posibilidad expresiva.

.Para ir cerrando. Atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicóloga dice que son imprescindibles, para dejar de lado el estrés y sus efectos negativos, incluso para descargarse sea diciéndolas o escuchándolas. Lo comprobé con el ataque de risa que tuvo mi hermanito con el madrazo del cuentero. Reconsideremos la situación de las malas palabras. Vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje que las vamos a necesitar.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
cien por ciento de acuerdo, nice article P!

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